jueves, 29 de julio de 2010

¿Y si te pido un favor?.Escapate conmigo,ahora.

- Por pedir, pido veinticuatro horas a tu lado en las que nos dé tiempo a todo menos a perder el tiempo. Por pedir, pido que me baste ese día para convencerte de querer estar conmigo por el resto de tus días. Por pedir, pido y preciso que exista un preciso momento, en el que se te escape un beso... Cuando menos te lo esperes, y cuando más lo lleve esperando yo. Por pedir, te pido en una tarde lluviosa, dentro de una casa sin gente, sobre un sofá sin cojines para que sólo puedas abrazarte a mí, en frente de mi película favorita… Bueno, si quieres, en frente de tu película favorita…
Me pido entonces tus dedos acariciando mi brazo, y mis cosquillas jugando al escondite con ellos. Por pedir, pido dar un paseo al mismo paso, frenarnos en seco de repente, y mojarnos los labios sin que nos vea la gente.
Pido, mientras caminamos por cualquier calle, llevarte y traerte al contarte cualquier estupidez, agarrando con mi mano tu brazo, y que tu risa fuese la mejor de mis melodías, y después, en un intento por no dejarme ir, me hagas perder todo menos la sonrisa.

viernes, 23 de julio de 2010

- A veces y de una forma muy disimulada te quise decir "quédate conmigo", tan sólo con apretar tu mano. Otras veces te quise decir "no me mires más que sino me rio", con la boca seria a punto de sonreír. Muchas veces quise decir nada y otra veces todo. Y si a veces no digo nada y te dejo hablar, es porque quiero que tampoco digas tú nada y me des un abrazo, de esos que rara vez me regalas. Y si es necesario que te diga las cosas a gritos, es para que me calles con un beso, de esos que no puedo respirar más.

miércoles, 14 de julio de 2010

Aprender a despedirse.

- Tanto tiempo sin llamarte “mi vida”. Tanto tiempo sin escribirte a la cara. Esta vez sólo tú sabes que me dirijo a ti. Te escribo a tras el pasado, después de la batalla, cuando dicen que todos somos generales. Pero te juro que ha sido necesaria la distancia de un adiós y el tiempo de varios silencios para poder atreverme a esto. Te preguntarás por qué lo hago aquí y de esta manera. Que qué hace toda esta gente mirándonos. Que por qué nos tienen que estar escuchando. Tranquilo, no les voy a contar nada que tú no quisieras que oyesen. Sólo están a modo de testigos, no de jueces, y no van a hablar ni a decirnos nada. Nos leen, y coincidirán o no, pero eso jamás lo tenemos porqué saber tú y yo.
El hecho, la verdad, es que te he estado echando tanto de menos que todavía a veces lloro pensándolo. Te he buscado, no ya en otros brazos, sino en otras miradas que no tenían tus ojos, en otros labios que cerraron los míos, en otras caricias que no me hicieron olvidar las nuestras. El olvido se me fue de las manos, y hasta la fecha aún me ha sido imposible decirle cómo, cuándo y dónde dejarte atrás.
Imagínate cómo lo he pasado que he llegado a envidiar a los que aún no te conocen, porque ellos pueden soñarte a placer sin la angustia de saber que realmente existes.
A estas alturas, ya todo es tarde. A medida que le daba puerta a tu ausencia, he ido echando palabras de otras tierras sobre esta añoranza tuya. No me mal interpretes: no es ingratitud, es supervivencia. Tú, por tu parte, fijo que has abierto ya la jaula de tus otros amores, que deseaban desde hace tanto tiempo este momento. Salúdales, no te olvides de darles de comer de tanto en tanto y sobre todo pídeles perdón de mi parte por haberlas hecho esperar. Más tarde, quiero decirte que nada de todo esto ha sido en vano. Siempre he creído que el arrepentimiento era el analgésico de los moralistas y el anestésico de los cobardes. Y, hoy por hoy, sigo valientemente orgullosa de haberlo intentado, de haberlo perdido todo y de haber sentido lo que tú me has hecho sentir.
Una relación puede ser el mejor espejo, a veces cóncavo, a veces convexo, jamás plano, que enfoque y descubra partes de ti que jamás te habías visto desde esa perspectiva.
Nos hemos dolido hasta decir basta, nos hemos herido aún convalecientes, y nos hemos curado hasta resucitarnos casi del todo. Quien no haya fracasado como nosotros, no tiene ni puta idea de hasta dónde se puede creer, querer y caer.
Que se aparten los Romeos y Julietas, que miren y aprendan los amantes y amados de cualquier época, raza y condición, que tú y yo hemos tocado todos los cielos del primero al séptimo, que tú y yo hemos mordido el polvo de todos los infiernos, que tú y yo nos hemos devuelto a la vida, a la muerte, y a todo lo que pueda haber entre medio.
“¿Sabes cuando estás en una relación en la que todo va bien, no hay discusiones, parece que marcha como la seda, y sin embargo sabes perfectamente que ésa no es la persona? Pues a mí, contigo, me pasa todo lo contrario”.
Pero gracias a ti he descubierto muchas más cosas. Para empezar los más obvio, que seguro que podríamos haberlo hecho mejor. Dejar atrás, a un lado las demás personas y cosas, superar los obstáculos siempre que hubiéramos caminado juntos.
Como ocurre en la vida, los suburbios de un amor es donde suelen vivir las cosas más auténticas e indeseables del acto de quererse. Amigos, familia, conocidos, todos de pronto se sienten en la obligación moral de tomar partido, cuando nadie se lo ha pedido, y sobre todo, de tratar de entender las cosas que ni siquiera una acierta a explicarse.
Ahora, con el deseo roto y la intuición dañada, una intenta recobrar algún resquicio de credibilidad, primero ante una misma, luego ante los demás. Parece que, como te equivocaste, todas las promesas que quedan suspendidas en el calendario ejercen de cachitos de mentira contra la ingenuidad de cualquier nueva emoción. Te fallaste, y fallaste a todos los demás, así como a cualquier compromiso que puedas adoptar en un futuro inmediato, simplemente por el hecho de que éste no te funcionó como esperabas.
Poca gente te viene a decir que hiciste bien en fiar, fiarte, confiar y confiarte. A poca gente le importa que aquello deba tener algún valor para ti, y que así no todo sea tiempo malgastado.
Por último, crecer es aprender a despedirse. Un proceso de aprendizaje en el que vamos ganando maestría, pues parece que cada vez nos despedimos mejor de las cosas, situaciones y personas. Aquí tú has estado increíble. “Pues yo contigo espero aprender a no despedirme”. Y me volviste a ilusionar.
Supongo que no te importará que te lo diga ahora, pero has sido el referente, un nuevo paradigma, la nueva tabla de medidas en un universo pequeño y poco dado a las sorpresas hasta que tú llegaste.
Creo que jamás estaré segura de haberlo dejado ir. Y eso es precisamente lo que te hace grande, lo que nos hizo grandes a los dos. Ya sólo nos queda la distancia de sabernos desde lejos.
Algún día, como suele pasar por los barrios de esta edad, nos volveremos a encontrar, tú con alguien, yo con otro, y deberemos luchar contra esa naturaleza que nos amarró desde el principio, sorteándola con una sonrisa y alguna broma que sólo tú y yo entenderemos.